Synthesis, vol. 20, 2013. ISSN 1851-779X
http://www.synthesis.fahce.unlp.edu.ar/
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Estudios Helénicos

ARTÍCULOS

«Recados» Sobre Grecia y Roma, en la prosa de Gabriela Mistral

Minerva Alganza Roldán

Universidad de Granada (España)


Resumen

Este artículo examina la recepción de la cultura clásica en la prosa de Gabriela Mistral. Frente a la retórica y la idealización academicistas, Mistral busca la Antigüedad viva en los poetas y los pueblos mediterráneos, y reivindica para América la herencia grecolatina del humanismo cristiano.

Palabras clave: Gabriela Mistral; Prosa; Tradición clásica; Pensamiento; Ideas estéticas.

Abstract

This paper examines the reception of Classical culture in Gabriela Mistral’s prose writings. Faced with the rhetoric and idealized vision of academicism, Mistral seeks Antiquity living in poets and Mediterranean peoples, and she vindicates for America the Greco-Latin heritage of Christian humanism.

Key words: Gabriela Mistral; Prose; Classical tradition; Thought; Aesthetic Ideas.


“Las poetisas viejas somos un poco Sibilas”.
Gabriela Mistral (1889-1957)*

1. Del Pacífico al Mediterráneo

1922 resultó un año decisivo en la biografía de la maestra chilena Lucila Godoy: a finales de junio zarpaba de Valparaíso rumbo a México, invitada por José Vasconcelos y el presidente Obregón para colaborar en las misiones culturales; poco antes, el Instituto de las Españas de Nueva York había publicado Desolación, su primer poemario, firmado con el alias de Gabriela Mistral.1 Aunque, según ella, estos versos tenían “escaso valor”,2 al año siguiente la segunda edición fue objeto de una reseña, puntillosa pero entusiasta, de Hernán Díaz Arrieta (“Alone”), quien significa la originalidad de Mistral en un panorama literario dominado por “el ejemplo de Francia, heredera de Grecia”, valiéndose de esta metáfora:3

De las dos santas colinas que se alzan a la entrada de nuestra civilización, el Sinaí y el Olimpo, ella prefiere la montaña fulgurante y árida donde Moisés habló con Jehová, entre nubes y truenos: allí reconoce su patria de origen y desde su cumbre mira con un poco de indiferencia la variedad griega, la sonrisa serena, la finura del razonamiento, el juego armonioso de las bellas formas y el sentido de la mesura, regulador supremo de las ideas y de los actos.

La imagen coincide con el credo de Mistral: “Mis maestros en el arte y para regir la vida: la Biblia, el Dante, Tagore y los rusos… Mis grandes amores son mi fe, la tierra, la poesía” (en Morales 2002: I, 119). Rememorando su infancia en Montegrande de Elqui y sus lecturas de historia sagrada a la salida de la escuela, entre las matas del viejo jazmín del huerto, manifiesta (en Vargas, 1978: 39 s.):

Jacob, José, David, la Madre de los Macabeos, Nabucodonosor, Salmanazar, Rebeca, Esther y Judith, son criaturas que no se confundirían nunca en mí con los bultos literarios que vendrían después, que por ser auténticas personas no me dan en el paladar de la memoria el regusto de un Ulises o del retórico Cid, o de Mahoma, es decir, el sabor de papel impreso entintado… En mi alma de niñita no contó Hércules como Goliat…

No obstante, el famoso héroe grecorromano aparece en uno de sus primeros poemas, «El Árbol Dice» (1914) ‒“No alabes el rosado arrebol de mis flores,/… Alábame al obrero sufrido que sostiene/ mi macizo monstruoso, que a Hércules fatigara”‒, “Bóreas de las manos rudas” sopla en «El Canto del Nido» (1915), «Ante la estatua de Ercilla» (ca. 1916) “Marte prende su rosa y Atenea su nardo” y «La Luna Polar» (1919) “de la mar asciende/ como una copa de Clitemnestra”4. De hecho, la mitología clásica tiene una presencia, esporádica pero constante, en su poesía de madurez, desde las menciones de divinidades, héroes, personajes de la Odisea y la tragedia griega de los libros mayores,5 hasta los monólogos en verso libre titulados «Electra en la niebla», «Antígona», «Clitemnestra» y «Casandra», inéditos a su muerte.6

Gabriela Mistral, una de las grandes figuras de la poesía hispanoamericana del siglo XX, también cultivó asiduamente la prosa. Esta producción, mucho menos conocida, comprende, aparte de un nutrido epistolario, varios centenares de artículos, “recados”,7 conferencias y discursos, escritos que no sólo le valieron para difundir sus ideas y preocupaciones religiosas, sociales y literarias, sino también como medio de sustento en épocas de penuria.8 Por otra parte, la prosa ayuda a contextualizar la poesía y arroja luz sobre facetas inéditas de la personalidad y el pensamiento de esta mujer extraordinaria.9 Tal sería el caso de su visión sobre el legado de la Antigüedad en el mundo contemporáneo, que aflora a lo largo de su escritura en forma de alusiones mítico-literarias, notas y breves comentarios. Pese a su dispersión y heterogeneidad estos retales de pensamiento permiten hilar un tema pendiente en los estudios mistrelianos: “su amor a los clásicos grecolatinos”, que habría adquirido a partir de 1922, en México, influida por el helenismo de Vasconcelos y de dos humanistas de su círculo, Alfonso Reyes y Palma Guillén.10  

“Vasconcelos es el hombre de tipo americano más completo que he conocido: antilibresco, sin odios sociales, con su cultura hecha de corazón y acción” (en Quezada 2002: 89), dice Gabriela del entonces Secretario de Instrucción, con quien compartía además del origen humilde y una religiosidad mezclada con budismo y teosofía, el reformismo educativo y los ideales “indo-americanistas”. En consecuencia, la maestra que afirmaba no creer “en la gran farsa pedagógica… el mercantilismo disfrazado de ciencia y de retórica embustera”, se incorporó con entusiasmo a la cruzada educacional del mexicano y no dejó de apoyarlo, pública e incondicionalmente, tanto sus batallas políticas como en el exilio. 11

Entre las misiones culturales de Vasconcelos la peor recibida fue aquella de la que se sentía más orgulloso: “Yo puse a leer a América la Ilíada”, decía refiriéndose al primer volumen de sus “Clásicos”, donde los helenos ocupaba un lugar privilegiado.12 En febrero de 1926 Mistral escribe en defensa de esta empresa hercúlea “para anegar de libro barato su territorio, divulgando a los maestros de todos los tiempos desde Platón a Romain Rolland”. Y contra los voceros de “la tiranía y la anarquía americanas” que intentan disminuir “lo heroico de su tarea civilizadora”, proclama que “la reputación de Vasconcelos, empujando como un río del trópico troncos de críticas y establos de Augías de intereses”, será premiada con una “apoteosis romana” por la juventud del Continente (en Morales 2002: I, 287 s.). Meses más tarde, aparece el ensayo «La reforma educacional de México» donde vuelve sobre “la actividad más discutida del Ministro Vasconcelos” para rebatir argumentos del tipo “por cada ejemplar de Plotino o de Esquilo se podrían haber hecho 50 silabarios para los indios” o “los clásicos quedan al margen de la capacidad media de la población”, si bien reconoce que ella misma consideraba prioritaria la reforma de la escuela (en Zegers, 2007: 180).

Según Gabriela, “Alfonso Reyes es realmente varios hombres: un clásico americano” (en Quezada, 2002: 278); y en sus crónicas glosa esta personalidad polifacética: el “Alfonso diplomático”, que desempeña sus cargos “con una facilidad gozosa sin tono de grave trabajo de Hércules”; “el Alfonso, maestro”, exégeta de Góngora y del Mío Cid; “el Alfonso clásico grecorromano que en meses de París hace una Ifigenia estupenda… y que en una semana bonaerense hace un discurso sobre Virgilio que es una pieza prócer” o el “Alfonso americano”, el creador que rompiendo con dos siglos de academicismo y romanticismo, maneja como pocos en México el folclor “aunque le incorpore una cantidad de sulfatos de otros suelos” (en Morales 2002: I, 270; 278 s.).

Hacia esos otros suelos trasatlánticos partió Mistral en 1924, acompañada por su ya inseparable Palma Guillén,13 buscando las raíces de su ser mestizo, según aclaraba a los lectores de una revista colombiana: “Voy a Italia y a España con deseo ardiente de conocer y comprender; la latinidad existe en mí… desciendo de vascos y mi verdadero nombre es el de Lucila Godoy”.14 Este primer viaje a Europa marca profundamente su percepción de la cultura de Grecia y Roma, que, en adelante, no tendrá sólo “el sabor de papel impreso entintado”, sino las tonalidades, los aromas y los acentos del Mediterráneo. Así narra su encuentro con ese “mar femenino”:15

Vamos como sobre piel de sirenas. Hasta hacemos bromas sobre las tempestades de Ulises: juegos burlones de las olas fueron los que tuvo –decimos‒, y el viejo Homero, vicioso de la épica, le quiso dar tragedia… Comentamos que el peñón de Gibraltar, prometeico, es un centinela exagerado para guardar esta breve joya, bastaría una colina dorada… Aunque no tenemos la reminiscencia clásica, buscamos, gozando el agua adormecida, los adjetivos que le dieron los viejos poetas. Cuando Homero olvida un poco lo grandioso, los tiene cuando llama la “pradera de violetas”… con la expresión de Homero viene la de Esquilo, que también deja saciada: la “sonrisa innumerable” lo llamaba… “La pradera de violetas” muda de color sin mudar de dulcedumbre… Cuando el cielo es totalmente puro la masa azul alucina. Casi cerramos los ojos. Parece que no somos todo lo puros para recibir esta visión perfecta… Un mar leve, todo superficie ¿El sentido de las sirenas no será el sentido de la piel del Mediterráneo que hace olvidar sus profundidades?

Ante el golfo de Nápoles exclama, maravillada, que “es el corazón del Mediterráneo. Un corazón de añil y de oro, lleno de estremecimientos”; en cuanto a los napolitanos, “Morenos, menudos, épicamente sucios… besan, van a la pesca…, y vuelven a besar,… como sus abuelos besaron, como los griegos sensuales de quienes descienden… Su clásica suciedad es tan grande que ya no irrita, hace reír” (en Calderón 1989: 39 s.). Las restantes etapas de la gira por Italia le suscitan esta reflexión (en Morales 2002: II, 251 s.):

La Roma antigua fue el derecho y el imperio. El derecho romano fue trascendido por el cristianismo y una mujer hinca más fácilmente en la doctrina de la piedad, que supera a la de la justicia. En cuando al Imperio Romano, mi pobre alma se conmueve poco con el poder…. He preferido a esa época la enorme Edad Media italiana, la de las catedrales y san Francisco. De las ruinas imperiales, me sacudieron fuertemente solo las catacumbas, precisamente por ser el clamor contra el Imperio… Amar a Florencia sobre Roma, significa (aunque parezca herejía) otra cosa profunda: amar la belleza sobre el poder y lo depurado por sobre lo magnífico.

La visión poco amable sobre los monumentos imperiales contrasta con su «Elogio del pueblo italiano» (1931), en el cual descubre “una latinidad virgiliana que mama todavía en la ubre clásica, la única leche indudable entre las leches de este mundo”. En realidad, “este pueblo conserva el legado de Roma… y lo que Roma le da de razón dura, la miel regional lo suaviza”. Si al descubrir el Mediterráneo Gabriela anteponía el Homero de “la pradera de violetas” al “vicioso de la épica”,  ahora exalta no al Virgilio de la Eneida, sino al que ve y cuenta las labores de los campesinos, de ahí que “nos parezca más hombre –y padre de hombres‒ que los demás poetas”. Y concluye subrayando que “esta raza maduró el clasicismo griego con esa manera de madurar que es la paternidad de pueblos (que Grecia sola no quiso o no supo cumplir)”.16

A partir de 1926 Gabriela se instala en París, como consejera del Instituto de Cooperación Internacional ‒la futura UNESCO‒, y se codea con la elite cultural del momento. Sin embargo, su corazón está en el Sur, en “la Provenza latinísima” (en Arrigoitia 1989: 158), patria de Frédéric Mistral, el poeta en cuyo honor había cambiado de apellido y al cual  ahora dedica una semblanza biográfico-literaria que arranca así:17 “Cuando la Provenza haya caído por fin en la trampa mecánica de la civilización, después de haberla esquivado mucho tiempo con trampas latinas, el tiempo de Mistral, la costumbre de Mistral, la ideología de Mistral, se habrán mudado en leyenda pura”. Cuenta luego como “el anti-Plutarco de Europa” fue engendrado “por Orfeo mismo en una campesina de Arles”, y que “de hombre maduro… era hermoso como un Apolo que hubiese engordado un poco”. Sobre su juventud y formación destaca:

Mozo, estudió letras griegas y latinas en Montpellier, y en su antología escolar se encontró como una vereda lamida a su Homero y a su Virgilio… se quedó con ellos y no tuvo necesidad de mudarlos nunca. Sabía el griego como cosa de que se acordase, y se acordaba de él su sangre posiblemente, pasada de la aurícula de Orfeo a la de su corazón, según la anécdota que conté… El latín le daba en el espíritu el goce que los aceites… ponen en la lengua cuando se le hacen costumbre. En las dos hablas clásicas era su dialecto de Oc el que mimaba.

“Al revés de todos los franceses”, sigue explicando, “no le tentó ser hongo de notaría… ni liebre en los pasillos de los tribunales de justicia”, sino que “se quedó en campesino con función virgiliana de informar sobre Los héroes y los campos”. La chilena, por su parte, pese a reconocer que en Francia “gobierna la inteligencia de Europa”, dice que “se vive en una soledad pavorosa” y, sobre todo, detesta el “seco orgullo de ese pueblo para el cual todo americano no rubio es un meteco y una pobre bestia” (en Quezada 2002: 104). A ello se refiere en un artículo de 1927, presentando la recién publicada Indología de Vasconcelos (en Zegers 2007: 231):

Vasconcelos ha aprendido en sus viajes que la causa del desdén europeo hacia nosotros no viene de nuestro analfabetismo ‒que mucho de ello queda todavía en Europa‒, ni siquiera de nuestro desorden político ‒que también cojea de esta pierna Europa‒, sino que viene de nuestro color. No nos resta, para conseguir la estimación de la América, sino hacer la defensa del mestizaje o rasparnos la tostadura del rostro… Hay que comprobar que el griego, la ilustre carne en que se hizo Aristóteles, llevaba una piel bastante obscura y recordarles, con alguna malicia, que la Provenza y el Sur de Italia están llenos de prietos ágiles, de cabellos como nuestros mulatos.

2. Un clasicismo latinoamericano

Como en otros escritos de estos años, la crítica de la xenofobia conduce a la reflexión sobre la validez para América del patrón cultural europeo, autoproclamado heredero de la Antigüedad. Así ocurre en la crónica dedicada a la Araucania, en cuya capital, Temuco, fue maestra, donde cuestiona la vigencia de La Araucana, considerada la epopeya fundacional de Chile:18

El bueno de Ercilla trabajó con sudores en esa loa nutrida de trescientas páginas… Cumplió con todos los requisitos para la manipulación de la epopeya; masticó Ilíadas y Odiseas para reforzarse el aliento, e hizo, jadeando, el transporte de la epopeya clásica hasta la Araucania del grado 40 de latitud sur. Tan fiel quiso ser a sus modelos, según se lo encargaron sus profesores de retórica, tan presentes tuvo sus Aquiles y sus Ayax, mientras iba escribiendo, tan convencido estaba, el pobre, de que la regla para el canto es una sola, según la catolicidad literaria, que se puso a contar y contar lo mismo que Homero cantó a sus aqueos, a los indios salvajes que cayeron en sus manos… La Araucana está muerta y sin señales de resurrección dichosa, aunque me griten “¡sacrilegio!”, los letrados ancianos… Manoseada por el curioso del año treinta y dos nuestra Araucana se nos queda en la mano como un pedazote de pasta de papel pesada y sordísima.

Sin embargo, añade, a pesar de este “mal poema” la raza araucana sobrevivió bajo el yugo de los conquistadores, y una vez finalizado el coloniaje “vulgar y poltrón”, la independencia tampoco trajo novedades a “la zona centauresca”: “El mestizaje criollo había de ser igual o peor que la casta ibera hacia la raza materna… a quien alabará siempre en los discursos embusteros de las fiestas, pero a la que evitará dejar subsistente y entera”.19 Por contra, el “mestizaje” de Mistral no sólo incorpora a las culturas indígenas, sino que rechaza “el prurito académico y el pedagógico”, ese “curare… que paraliza el cuerpo vivísimo de un idioma que fue fabricado por hombres y mujeres de acción y de expresión, gente sin polvo ni moho en la lengua” (en Morales 2002: I, 36).

El prototipo por excelencia de este ideal ético y estético es José Martí, por el cual la chilena sentía adoración desde su juventud, y a quien dedica un ensayo esencial, «La lengua de Martí». Lo encabeza esta tesis: “La imitación cubre la época anterior y la posterior a Martí en la América”. Por tanto, tras cien años de “calco romántico” y cincuenta de “furor modernista”, se necesitaba “una voz autónoma, levantándose en un coro de voces cual más cual menos aprendidas”.20  Este “Adán literario” fue el prócer cubano, “clásico y moderno”, porque “mascó y comió del tuétano de buey de los clásicos” ‒los griegos y los romanos, y también los clásicos españoles‒, pero no tuvo la ocurrencia “de admirarle a Cicerón la letra y la ideología, y de creer que Homero o Virgilio obligan al descontento de la época”. Y  al ocuparse del estilo, señala que si Martí orador pone las reglas de la retórica al servicio de la verdad, el prosista mezcla el vocabulario de “un español culto con el pimentado del pueblo”, “hace una cláusula ciceroniana de alto vuelo y le neutraliza la elocuencia con un decir de todos los días”.21

 Sobre el tema se extiende en un acto académico celebrado en Ecuador.22 Tras criticar “el “falso clasicismo” que “cubrió cincuenta años nuestra literatura con una marisma parada de imitación vergonzante y de un vanidoso descastamiento… y no entendió ni miró siquiera el paisaje y la costumbre americanos”, interpela al auditorio:

Yo convidaría a los jóvenes a hacer el verdadero clasicismo americano, más o menos según esta fórmula, que era la de nuestro Bello: escribir las Geórgicas, mirando a Virgilio, pero cortando la caña, el algodón y el banano donde él cortaba el trigo y vareaba el olivo. Yo les pediría cantar a nuestro Pacífico, vacante aún de alabanza, cuando salgan embriagados de la Odisea; yo les rogaría que recojamos, baya por baya, nuestro enorme folklore indígena, lo devastemos y lo escardemos ayudados de la ciencia folklórica de aquel gran fiel que se llamó Federico Mistral.

Así pues, la alternativa no es un nuevo mimetismo, el “furor de extranjería” provocado por la llegada de las Vanguardias europeas, acontecimiento que evoca retrospectivamente con un símil mitológico: “Corrimos riesgo muy grande en el Pacífico cuando los futurismos cayeron en altamarea sobre nuestros valles ingenuos. Los mozos recibieron esa marejada en pie y con los brazos abiertos, sin reservas ni defensa; no querían sino perderse, como unos Ulises sin Penélopes”.23 El modelo a seguir por los jóvenes escritores sería alguien como Vasconcelos, que vivió en Europa “evitando, con más pertinacia que Ulises, la sirena europea, especialmente la sirena de París, que parece más inclinada a malograr a los Ulises americanos. Verdaderamente él ha metido cera dura a sus oídos, aunque no ha cerrado sus ojos observadores… Pero ha mirado para América y por América”.24

El año 1932 Mistral fue destinada al consulado de Chile en Nápoles, un nombramiento que el gobierno de Mussolini bloqueó por ser mujer y antifascista.25 Aquel verano escribió en la ciudad de Parténope «El tipo del indio americano», donde reivindica la belleza diferenciada de las razas frente a los prejuicios étnicos y la imposición en Latinoamérica de un canon estético manipulado y ajeno, “el falso tipo de Fidias… una especie de modelo del género humano, de súper-Adán posible dentro de la raza caucásica, pero en ningún caso realizado ni por griego ni por romano”.26

En el verano de 1933 llega a Barcelona como cónsul de Chile. Prueba de su simpatía por Cataluña, donde aprecia la misma latinidad mediterránea que en la Provenza, es el «Recado sobre Juan Maragall» (1935). El  poeta modernista es descrito como un “Apolo cristianizado”, un “clásico por convicción”, que “ofrece caminatas de virgiliano por olivares o campos de almendras”, y cuya espiritualidad aquilatan las olas de “el mar sosegador de fiebres, el Mediterráneo… y lo que ellas traen al lomo, que son sabidurías griegas y sapiencias latinas” (en Morales 2002: II, 37 ss.).

Mistral visita otras ciudades impartiendo conferencias. Su “indoamericanismo” ya le había causado problemas con dos ilustres españoles: con Federico de Onís, durante su estancia en Columbia de 1924, y en París, con Unamuno27. Se comprende, pues, su tono conciliador al abordar el tema del mestizaje en Málaga, cuando, a propósito de las estatuas erigidas en el santiaguino cerro de Santa Lucía al conquistador Valdivia y al cacique araucano Caupolicán, explica:28

Somos latinos aunque seamos indios; Roma llegó hasta nosotros bajo la figura de España… La Araucana, que para muchos sigue siendo una gesta de centauros de dos órdenes, romanos e indios, para los chilenos ha pasado a ser un doble testimonio, paterno y materno, de la fuerza de dos sangres, aplacadas y unificadas al fin en nosotros mismos.

Pero Gabriela, que conservaba un grato recuerdo de su primera visita en 1924, al llegar a Madrid descubre un país muy diferente. De ello se queja al entonces ministro Aguirre Cerda:29

Hace diez meses que estoy en el consulado madrileño… Mucha vida he tirado y perdido yo por ahí, pero nunca tanta como pierdo en esta Castilla que, para peor, no amo ni llevo camino de amar… Salvada una estancia larga en Cataluña, esta España me ha dado la más cabal, la más completita sensación de extranjería.

En otra carta, esta vez a un matrimonio amigo, asegura que vive “en medio de un pueblo indescifrable lleno de oposiciones, absurdo, grande hasta noble, pero absurdo puro. Hambreado…,  analfabeto… envidioso por infeliz…, de pésima escuela y lindo hablar donoso”; dicho lo cual, aconseja a sus interlocutores:

Venir a España desde América a aprender la lengua… Venir a eso y a ver el Prado… Después irse. Es agria, descuidada, seca, paupérrima y triste la vida española para quien no viva metido en cafés, borracho de charloteo necio, sahumando la abulia para no verla y borrando con humo de cigarrillos la tragedia del país.

Por el contrario, apostilla, “el catalán ha hecho un país bajo el ejemplo francés..., ha vuelto la espalda al sepulcro de Castilla y se ha labrado con mar, comercio, clásicos griegos y latinos…no es que sean separatistas, es que siempre ha sido otra raza”.

Aunque había pedido confidencialidad a los destinatarios, la carta se hizo pública, desatando las iras de la colonia española en Chile, lo que aceleró su traslado al consulado de Lisboa en noviembre de 1935. Un año antes la escritora, junto con otras personalidades, había sido invitada por el gobierno luso a visitar el país. A «El escenario maravilloso de la nación portuguesa» pertenece este apunte del viaje:30

Bajamos a la Ébora grecorromana. Vemos en el aire limpio el templo de Diana, bien alojado en región clásica de cacería. Está mejor conservado que cuanto monumento pagano he visto, excepto el Coliseo… No se puede dar menor espacio a un templo y no se puede hacer con menos aspaviento de piedra un ámbito más perfecto.

3.  Humanismo y estudios clásicos

Portugal terminará convirtiéndose en “una mixtura de calvario y Arcadia” para Mistral, quien solicita un nuevo destino, cansada de “países de dictaduras medievales” y presintiendo la victoria del fascismo en España.31 En 1938, aparece en la editorial Sur de Buenos Aires Tala, un poemario señero en su trayectoria, cuyos beneficios donó a los niños, víctimas de la guerra española, acogidos en Cataluña.32 Por otro lado, echa mano a sus conocidos para ayudar a los intelectuales republicanos en el destierro. A Victoria Ocampo le recomienda como traductor de los clásicos latinos para Sur al poeta José Carner: “Es un clásico vivo, un hombre que parece salido de Roma y venido a nosotros directamente, un latino entero, lleno de sabiduría de lo romano y escribiendo en una lengua que es latín vivo”33. Otras dos cartas remitidas a la argentina desde el consulado de Petrópolis  se refieren  al catedrático y político catalanista Luis Nicolau d’Olwer.34 En la primera le transmite su preocupación por la suerte del amigo, detenido en Francia, rogándole que interceda ante el gobierno argentino:

Mucho me cuesta hacer estas diligencias por él…Nunca le ha importado que lo conozcan en la América, porque toda ella, dice él, está dedicada al olvido o al desdén de los clásicos… Y este hombre, ahora llamado izquierdista por el triste Franco, ha trabajado año por año en la Escuela de Latinistas de Chartres, que tiene muchos eclesiásticos. Y este hombre ha publicado seis libros sobre las razas y culturas del Mediterráneo, defendiendo la famosa latinidad grecorromana que dice encarnar el señor Franco.

En la segunda, agradece las gestiones y reconoce sus deudas con el insigne humanista:

De nuevo, mil y mil gracias, por cuanto has hecho por él. Yo le debo, Votoya, mucha de mi pasión de los clásicos y varias consultas de filología (él hizo el Diccionario Catalán con Pompeio Fabra y, como el catalán y el provenzal son mellizos, yo he buscado muchas veces en él los vocablos para mis dudas de la poesía provenzal).

Esta correspondencia, además de ilustrar las opciones ideológicas de la chilena, demuestra la importancia que concedía a la instrucción clásica35. Ya en 1922  escribe desde México una carta a sus antiguas alumnas de Santiago recomendando incluir a Esquilo y La Odisea entre las lecturas obligatorias para el quinto año (cit. Pérez 1984: 147). Luego, al incorporarse al consulado de Barcelona, había insistido en la necesidad de extender la escolarización en Chile, así como de “exigir una formación clásica rigurosa” en el Liceo y la Universidad (en Arrigoitia 1989: 121). Esta inquietud pedagógica se transforma en una tarea política urgente ante la inminente guerra en Europa.

Así, en enero de 1939, con motivo de la celebración en La Habana del Día de la Cultura Americana, Gabriela Mistral presentó una ponencia con el significativo título de «Cultura pagana y cultura cristiana de la América». Comienza advirtiendo: “No voy a tratar de la Cultura en tono mayor; es un tema de hombres…; voy, únicamente, a hablar de la Cultura en relación con las mujeres”; y, a continuación, reflexiona en torno a la decadencia del humanismo occidental, arrastrado por el positivismo y su tiranía científico-técnica (en Zegers 1999: 95 ss.):

La libertad, cuya pasión puede señalarse como la honra por excelencia del siglo XIX, parecida a un titán vuelto orate, se hastió de su propia fama…, suicidándose, en el corazón de la Europa culta… El culto a los héroes, retrotraído por el Renacimiento y que guardaba en barbecho su semilla de paganía, ha tomado un sesgo repentino de manotaje y en una segunda aventura pagana, lleva a las masas cantando, más ciegas que los esclavos persas o egipcios, hacia el logro bruto… Puede decirse que el hombre ha bajado su dignidad de los tiempos clásicos hasta un extremo que hace llorar.

En esta encrucijada histórica Mistral confía en que las mujeres, las marginadas de “este mundo moderno, anticlásico y antimedieval”, salven la Tierra de la barbarie masculina y guerrera. “Las mujeres”, proclama, “no somos las nodrizas Gorgonas de la catástrofe europea, que camina también hacia nuestra América”, sino las guardianas de la vida y de la “civilización europea, cuyo manantial se nos ha envenenado”. A las mujeres latinoamericanas convoca, pues, a construir el porvenir:36

Creemos un nuevo humanismo…adobado con cristianismo… porque en cuanto a cultura, no seremos capaces de realizar cosa mayor de lo que trajo Grecia antes de lo romano, y en cuanto a inspiración sobrenatural, estamos ciertas también de que el cristianismo no ha sido alcanzado por sus competidores ni será sobrepasado en la perfección suya que ciega como el sol… Necesitamos un humanismo cristiano de la América, en el cual la Grecia pagana sea esta vez realmente bautizada porque fue falsa su cristianización ensayada por el Renacimiento. En gracia de la santa operación, el clasicismo no se cuarteará y no desaparecerá en la amargura del mar, que levanta y deja caer las civilizaciones, jugando como un demiurgo ebrio con ellas.

Al Instituto de Cooperación Internacional de París iba dirigido «Algo sobre la particularidad» (1940), uno de cuyos epígrafe se titula “El clasicismo y la persona humana”. Tras el estallido del conflicto europeo Mistral recalca la centralidad del “humanismo greco-latino” en los sistemas educativos de Inglaterra y en Francia, naciones donde las lenguas clásicas “son dos antídotos contra la fiebre pútrida del multidinarismo, caricatura del demos griego y de la civis cristiana”. Sin embargo, las universidades americanas han expulsado “esas dos grandes líneas de clásicos ‒los gentiles y los cristianos‒ a causa de que nacimos jacobinos como pueblos”, resultando un “presentismo de la cultura” donde naufraga el concepto de “persona humana”, creado y aquilatado por el “clasicismo greco-cristiano”.37 La intelectual chilena anima a los organismos internacionales a “procurar el regreso de las humanidades, en los pueblos que las han perdido o han confeccionado un fantasma de ellas para engañarse y engañarnos”, en alusión, por un lado, a los países americanos y, por el otro, a los regímenes totalitarios de Europa, y en particular de Alemania, que fue “maestra del clasicismo”.38

Este compromiso con la paz y la democracia explica que la apología de las humanidades clásicas en Latinoamérica se convierta en un tema recurrente durante su etapa consular en Brasil, tanto en las colaboraciones periodísticas como en los epistolarios. Así, en una carta al poeta Povina Cavalcanti Mistral se lamenta: “Ya desde la generación mía se abandonaron, diz que por democracia y por practicismo, los estudios clásicos” (en Pizarro 2005: 83). Y en «Noticias de Brasil» (1941), crónica publicada al poco de instalarse en el país sudamericano, saluda la reforma de la enseñanza secundaria, donde “el latín no se considera lengua extranjera, sino nacional y enseñado como tal”.39 Acerca de los temores despertados en la opinión pública por la introducción del inglés como segunda lengua, comenta:40

Muchas veces he pensado en la inyección de tuétano que la literatura inglesa traería a nuestra lacia latinidad y en las clorofilas que por ellos entrarían en todas las lenguas latinas cuyos follajes amarillean, pasando del dorado-rey a un pajizo-ceniciento. Venga el viento del noroeste europeo y embree las velas latinas, pero no tiremos por la borda, a lo insensato, el francés ya adquirido… La guerra no la perdieron Rabelais ni Pascal ni Paul Claudel… Tampoco el griego cayó en las Termópilas ni el latín fue raído por el jacobinismo abaratador de la cultura.

Por lo tanto, se trataría no sólo de incluir a los clásicos de la Antigüedad en los programas educativos, sino también de hacerlos cercanos y atractivos para los jóvenes, la tarea en que andaba empeñado Alfonso Reyes y cuyas dificultades le encarece su amiga chilena en tono coloquial: “se ha estragado hasta tal punto el gusto de los muchachos como para que vomiten a Esquilo y Platón les parezca algo así como el Bobo de Coria”.41 Anteriormente había abordado el problema en el mencionado discurso a los universitarios de Guayaquil:

Yo sé que la palabra clasicismo encoleriza a los mozos cuando no les hace reír… Los mozos odian el clasicismo porque no lo han leído en sus fuentes cálidas, sino en unas cañerías frígidas. Lo odian, además, porque se lo enseñan casi siempre sin sentido vital, apagando, por ejemplo, el fuego de la tragedia griega o agravando con escayolas el peso del periodo de Homero, en unas palurdas traducciones.

Sin embargo, en su opinión, el clasicismo ha de entenderse como “una experiencia humana de cuatro mil años, decantada por la virtud del tiempo y por el celo estricto de la vieja paganía y de la nueva cristiandad. Recado para bien vivir, para bien pensar, y para bien hacer, esto es, el humanismo”. Y añade: “El clasicismo no es, por lo tanto, un vejestorio paralítico,… sino que es la juventud misma del mundo, lo que no se aja, no se dobla, no se pudre”. Merece, pues, su elogio cabal, “sin ser, yo, para desgracia mía, una hija de humanidades, y siendo precisamente una mujer de acérrima lengua americana en la tonada muy criolla que es mi poesía” (en Scarpa 1978b: 198 s.).

La Academia sueca motivaba la concesión a Gabriela Mistral del Premio Nobel de Literatura correspondiente al año 1945 for her lyric poetry which, inspired by powerful emotions, has made her name a symbol of the idealistic aspirations of the entire Latin American world. Tras recibir el galardón, la escritora aprovecha el homenaje que le rinde la Unión Panamericana, para recordar a los dignatarios continentales las lecciones de la historia reciente: que “los bienes bizcos, como el totalitarismo, aunque salgan de cunas clásico-cristianas, acaban en Gorgonas o esperpentos”; y para exhortarlos a afrontar los grandes retos del futuro: “defender la libertad,… asegurar una paz casada con la justicia social y… hacer una democracia asistida de los imponderables del Mediterráneo, adobada con las especias de Grecia y de Roma, que también son las abuelas del hombre europeo-americano” (en Quezada 1995: 157 s.).

Epílogo

Esta es la herencia de Grecia y Roma que Gabriela Mistral reivindicaba mirando a América y por América: clásicos para sembrar humanismo, clásicos para vacunar a los jóvenes contra la barbarie y la fiebre belicista, y clásicos para atemperar el alma ardiente de los poetas. En efecto, si en unos versos juveniles Lucila Godoy anhelaba “la viril serenidad de los mármoles helenos”42, la “vieja Sibila”, mientras corrige Lagar, el último libro que vio nacer, confiesa a un amigo: “Parto de una emoción que poco a poco se pone en palabras, ayudada por un ritmo que pudiera ser el del propio corazón. Sonrío conociéndome mis taquicardias…Pero, ¿acaso no están muchos de mis poemas, más que todos los de Lagar, a caballo de un corazón desbocado?”. Y haciendo balance de su trayectoria poética añade: “Fui una romántica escandalosa. Desolación flota apenas encima de tanto almíbar. Aprendí después de los clásicos y de la vida, a no arder tan aparatosamente como las Ferias de Pamplona, para arder mejor, con brasa larga, con tizón escondido, como los griegos de siempre”.43

Decía Aristóteles que la tragedia mediante la compasión y el miedo intenta purgar tales pasiones. Pues bien, como si obedeciera a este dictamen, los trágicos griegos son el lenitivo para “corazones desbocados” que Gabriela recomienda a una discípula:44

Yo quiero que leas muchos clásicos y que estos a ti como a mí te amengüen de cuajo el romanticismo. ¿Oyes?  Comienza por Sófocles.  Sigue con Esquilo.  Hay pasión tremenda en ellos, pero dentro de la brasa un eterno sosiego.  Yo necesito saberte anclada o clavada en las esencias del mundo y de la vida.  Las esencias, ‒las resinas‒ arden y están quietas. Así hay que rezar, que ver al prójimo, escribir y vivir.

A modo de ilustración no sólo de la fervorosa catarsis helénica de Gabriela Mistral sino también de las altas cumbres alcanzadas por su lírica, sirvan los versos finales de «Clitemnestra», una composición cuyos borradores quedaron entre sus papeles:45

La llama de Ifigenia ya se aleja,
ralea, lame sus propias cenizas.
Yo andaré, sin saberlo, mi camino
hacia el mar cargando en estas manos,
en pez encenizado, la hija mía,
ahora más ligera que sus trenzas,
y de esta brasa todos arderemos,
Agamenón, hasta el último día:
tu palacio, tus mirtos, tus palomas,
con un Rey de hombres y una Reina loca.

Notas

* In memoriam, Angustias y Encarnación (“Nena”) Vedia Castro, mi abuela y mi tía-abuela maternas, que me contaban las historias de la familia como si fueran mitos.

1 Sobre las circunstancias del viaje, véanse Teitelboin (1991: 155 ss.) y Zegers (2007: 11 ss.).

2 Así dice en la «Autobiografía» redactada al llegar a México y añade: “la literatura no ha sido para mí labor seria, he dado a la enseñanza toda mi juventud” (cit. Morales 2002: I, 122). A falta de unas “Prosas completas”, de no indicarse otra cosa, los textos de Mistral se toman de las compilaciones y fuentes secundarias referenciadas

3 Esta «Crítica» del diario La Nación (Santiago de Chile, 3 de junio de 1923) fue recuperada como prólogo en la tercera entrega del poemario: cf. Mistral, 1954: 20. Raúl Silva Castro (1935: 13-24), por el contrario, presenta esta “cumbre” como un “precipicio”, achacable a su falta de estudios y su autodidactismo: “La autora no conoce la cultura greco-latina… De joven no leyó a Plutarco, a Hesíodo ni a Horacio, a Píndaro ni a Ovidio… como carece del buen gusto de Darío, no pocas veces, por seguirlo, se despeña en el amaneramiento… Abandona a Grecia para hundirse en Israel y en la India”.

4 Los pasajes provienen, sucesivamente, de Silva Castro (1957:204; 220 s.; 236) y Scarpa (1977: I, 312).

5 Según Martínez Conesa (1975:333 ss.), las menciones mitológicas podrían considerarse, en principio, una herencia del modernismo, pero su función no es meramente decorativa. He aquí la nómina sacada de Desolación (1922), Ternura (1924), Tala (1938), Lagar (1954), y los póstumos Poema de Chile (1967) y Lagar II (1991): Gea, Deméter, Cibeles, Ceres, Pomona, Júpiter, Hades, Vulcano-Hefesto, Atenea-Minerva, Hebe, los Dioscuros y las Gracias; Gorgonas y Centauros; Narciso, Atalanta, Orfeo y Eurídice; Ulises, Nausicaa y Circe; Agamenón, Ifigenia, la Erinia-Euménide, Antígona, las bacantes y Medea. Scarpa (1976:180) cita este apunte de un manuscrito: “El jacinto. Apolo se sacudió los rizos redondos”.

6 Los dos primeros poemas se integraron en la sección «Locas mujeres» de Lagar II; «Casandra» y «Clitemnestra» fueron dados a conocer por Scarpa (1976:183-186; 1977: II, 313-316). Acerca del conjunto comenta K. P. Peña (2007:41): Mistral relies upon our understanding of these figures and instead of replicating the myths, she makes them her own by showing scenes and actions that are missing from the plays… and in the act of rewriting, she challenges institutional and “natural” roles that govern women’s lives, such as marriage, puberty and motherhood

7 Mistral define el “recado” como “una carta para muchos” y, a partir de 1931, fue el medio preferido para dar a conocer su pensamiento sobre toda clase de asuntos. En ellos “logra la fusión perfecta de la calidad poética y expresiva de sus poemas en prosa con la objetividad, que conocimientos, propósitos y principios dan a su periodismo” (Arrigoitia 1989:281).

8 Una vez se queja: “No todos saben lo que es vivir buscando el pan de los nuestros desde joven… Desde los quince años yo trabajo… A los 20 años tenía la misma fisonomía de ahora, porque salen al rostro las preocupaciones del hogar que hay que sostener, en el que se es todo: marido, padre y hermana… No todo es égloga de Virgilio en este mundo” (en Quezada 2002:55 s.).

9 Quezada (1993:452) anota en agosto de 1904 una primera prosa, «La muerte del poeta» firmada por Lucila Godoy Alcayaga y en octubre el debut lírico. Alfonso Escudero (1957) ofrece un inventario de 549 artículos, que cierra la póstuma «Defensa de Hungría» (Cuadernos, París, marzo-abril, 1957). Véanse, además, las Bibliografías de Arrigoitia (1989:357 ss.) y Miranda (s.f.), quien recoge las recopilaciones, antologías y epistolarios editados hasta el año 2005.

10 Así opina Vargas Saavedra (1991:13; 36). Para un primer acercamiento a la cuestión, véase Alganza (2012).

11 “Creo en la enseñanza como ejercicio apostólico: creo que los grandes maestros no han sido nunca los hombres de las universidades, sino las figuras idealistas de profesores desde Rousseau a Tagore, de Sócrates a Tolstoi y Romain Rolland” (en Morales 2002:I, 121). De las  afinidades entre Mistral y Vasconcelos trata Valenzuela (2002).

12 Citado por Vargas Saavedra (1991:36). Junto a Homero, Esquilo, Eurípides, Platón, Plutarco y Plotino figuraban, entre otros, Dante, Goethe, Tolstoi y Tagore. Las tiradas oscilaron entre los 8.000 y los 25.000 ejemplares, y, además, cada escuela mexicana recibió un Quijote. El menosprecio del ministro por el legado de Roma explica la exclusión de los clásicos latinos: Alganza (2012:416 s.).

13 La profesora y diplomática mexicana, además de secretaria y amiga, fue la comadre de Juan Miguel Godoy (“Yin-Yin”), el sobrino adoptado por Gabriela. La sólida formación académica y humanística de Palma repercutió notablemente sobre la poeta, quien la describe como “la única mujer con cultura científica que yo he conocido y a quien he acabado admirando, aunque su sapiencia en un principio me la hizo antipática” («Carta a Eduardo Barrios», 5 de abril, 1923, en Valenzuela 2002: 26, n. 24).

14 «Autobiografía», en El espectador literario, 22 de enero, 1924 (en Morales 2002: I, 118).

15 «El mar Mediterráneo», Nápoles, junio 1924 (en Scarpa 1978a: 257 ss.). Las expresiones aquí recordadas se corresponden con Homero. Odisea 5. 72 (λειμῶνες μαλακοὶ ἴου ἠδὲ σελίνου); Esquilo. Prometeo encadenado 89 s. (ποντίων τε κυμάτων/ ἀνήριθμον γέλασμα…). En 1930 el hechizo se torna nostalgia cuando, mirando al mar de la Liguria, “los pobres ojos seniles ven sólo roca donde hay sirenas encaramadas” (en Morales 2002: II, 273). No obstante, para Mistral, “La tierra vale siempre más que la criatura literaria. Entre La Odisea y el Mediterráneo me quedo con éste, que todavía está abotonado de núcleos de Odisea. Entre la Mireya y la Provenza, también por la Provenza” (en Morales 2002: II, 338).

16 En Morales 2002: II, 286-288. En el artículo «Oficios italianos» (1930) escribe: “La Roma que tenía el anillo del planeta y a la que han dejado reducida a un zarcillo… Pobre y grande Italia” (en Morales 2002: II, 283).

17 «Una leyenda prodigiosa de Federico Mistral» (El Tiempo, 21 de julio de 1929, en Morales 2002: II, 79 ss.).

18 «Música Araucana», La Nación de Buenos Aires, 17 de abril, 1932 (en Quezada 2002: 73 s.). En el ya mencionado poema «Ante la estatua de Ercilla» (1916), recogido por Silva (1958: 236), los tópicos clasicistas de la primera estrofa ‒“Fue este Alonso de Ercilla raro conquistador;/ de mirtos y laureles insigne segador,/ que de lides homéricas combatiente y testigo,/se hace el preclaro rapsoda del oscuro enemigo”‒, dejan paso en la tercera a la deidad germana alojada en un árbol endémico de Chile: “Del nidal amoroso que es la testa rizada,/ la musa cortesana fugó, desalojada/ por la musa Walkiria, hija de las pataguas/ trajeada en rojo vivo,/ como un hierro de fraguas”. Sobre el particular, comenta en un escrito de 1932: “entre las mitologías, la germánica, por ser más bárbara que la grecorromana, nos conviene mejor a los americanos” (en  Morales 2002: I, 144).

19 En un artículo de 1931 asemeja la “poltronería criolla” con “la poltronería trágica del rey Augías, que daba banquetes y tenía los establos que sabemos” (en Morales 2002: I, 311). Para la defensa del indio en Mistral, véase Figueroa; Silva; Vargas (2000: 51 ss.).  

20 El ensayo procede de una conferencia impartida en La Habana en 1931. Primero apareció en las páginas de la Revista Hispánica Moderna (enero, 1937) y luego, con algunas modificaciones, en  Anales de la Universidad de Chile (= Mistral, 1953).

21 Cfr. Mistral (1953: 97 ss.). En «Gente americana: Teresa de la Parra» (1929) identifica a la novelista venezolana con la Minerva “verdadera”, la cual es de suponer que “hablando, no con el Homero que la ceguera hizo grandilocuente, sino con las mujeres de la calle de Atenas, usara jerga popular, pimentada de burla”; en «Pedro Prado, escritor chileno» (1932) compara su conversación “sesuda y traviesa” con “el buey de Ulises espolvoreado con especias” (en Morales 2002: I, 316; I, 218).

22 Véase «Juan Montalvo y el clasicismo» (1938), discurso de ingreso en el Círculo de Estudios de la Universidad de Guayaquil (en Scarpa 1978b: 196 ss.).

23 «Recado sobre la lectura de Rumor del mundo: Julio Barranechea» (1943) = Morales 2002: I,  227. La crítica apunta, sin mentarlo, a su compatriota Vicente Huidobro, el abanderado del vanguardismo poético en Latinoamérica.

24 La cita procede del ya mencionado artículo sobre la Indología (enZegers 2007: 229). Mistral contradice, de manera casual o intencionada, lo manifestado por Ortega y Gasset en La deshumanización del arte (1925): “el artista ha de ser un Ulises al revés, que se liberta de su Penélope cotidiana y entre escollos navega hacia la brujería de Circe”. Al colonialismo cultural norteamericano se refiere esta alusión a la muerte de Orfeo: “Los Estados Unidos están llenos de estos entregados y mutilados que se creen enteros aunque vayan, a lo Orfeo, corriendo piezas abajo” (en Morales 2002: I, 236 s.).

25 En 1951 es nombrada cónsul en Nápoles, donde residirá, con breves estancias en la Liguria, hasta su traslado a los Estados Unidos (1953). Al final de su vida, confiesa: «Cuando no soy una campestre de Elqui, yo soy de la Campania o de Sicilia» (en Quezada 2002: 183). Para la carrera diplomática de Mistral véase Fernández Valdés (2006).

26 Este ensayo, publicado en el costarricense Repertorio Americano. (8 de octubre de 1932, en Zegers 2007: 156-159), repite un motivo ya utilizado en dos artículos de 1929 para El Tiempo: “Acordémonos que hasta Fidias hizo una Minerva de marfil, mármol, plata y no sé qué más por escasez del material primigenio”, advierte en la reseña de un libro y en su elogio de Teresa de la Parra considera “probable que Minerva haya sido como ella y no como Fidias la impuso a los ojos griegos, convencionalmente” (en Morales 2002: II, 71; I, 315). Al respecto, véase Alganza (2012: 419-421).

27 “El implacable profesor Onís, este archigodo no podía digerir el hecho palpable de que aún existamos los mestizos y los indios. Y menos aún, la (para él) infamia de que hablemos su lengua castellana, y hasta mejor que él”, señala Mistral y explica el porqué de su choque: “no se esperaba que yo ni nadie fuese a defender lo indefendible: la indiada” (en Quezada 2002: 136). Sobre Unamuno escribe que “cuando hablaba era como un Júpiter bautizado”, pero que fue atroz para ella “oírle su desprecio olímpico, caucásico, es decir, nazi, respecto del indio americano” (en Vargas 2002: 225).

28 «Breve descripción de Chile» (cit. Morales, 2002: I, 402 s.). Esta conferencia, pronunciada en junio de 1934, se publicó en los Anales de la Universidad de Chile (2. º trimestre, 1934).  

29 La carta está fechada en diciembre de 1934 (en Quezada 2002: 127). Para la visión mistraliana de España véanse A. Caballé (1993) y Vargas Saavedra (2002). 

30 Apareció en el suplemento dominical de El Tiempo (5 de abril 1935 = en Morales 2002: II, 305). En la excursión participaron, entre otros, Unamuno, Curtius y Maeterlinck.

31 Acerca de este periodo, véase Horan (2009). Vargas Saavedra (1978: 16) aporta el testimonio de Palma Guillén, según la cual el motivo del traslado “fue que Juanito, un chamaco todavía, se mezclaba con sus amigos de la escuela, en las Mocedades, la organización fascista de juventudes. Y Gabriela quiso sacarlo de ese ambiente”.

32 Véase «Razón de este libro» (Mistral 1938: 271 ss.) y los poemas titulados «Mujeres Catalanas» y «Recado para la Residencia de Pedralbes, en Cataluña», en los cuales los nombres de Ulises y Nausicaa evocan el infortunio de los niños y la generosidad de sus salvadoras.

33 En Horan; Meyer 2007: 99. También a Germán Arciniegas le hace “un pedido, muy rogado, hasta angustiado” en favor de Carner: “el primer poeta catalán, al lado de Carlos Riba, un gran prosista en español… Este hombre escribe la prosa más latina, más romana, de nuestro tiempo, y con razón: tiene su latín, su italiano, su francés y su portugués perfectos. Ahora queda sin nada: era consejero en la Embajada en París. Si usted pudiera darle un artículo mensual en El Tiempo le ayudaría más de lo que pueda imaginar” (en Morales 2002: II, 328).

34 Están fechadas el 24 y el 27 de noviembre de 1942, respectivamente (en Horan; Meyer 2007: 138; 140). Exiliado en México, Nicolau se casó con Palma Guillén el año1946.

35 Suele resaltar este bagaje formativo en sus homenajes literarios: los ya comentados de Frédéric Mistral y Maragall, o la necrológica de Thomas Hardy, donde subraya la influencia de la Odisea en sus novelas y su amor a Virgilio y los trágicos helenos («El último clásico inglés», en Morales, 2002: II, 113 ss.); en «Juventud de Michelet» (1930) celebra tanto la pericia como traductor, cuanto la afición a Homero, Plutarco y a Tácito de este “compadre de héroes e hijo de Virgilio” (en Scarpa 1978b: 322 ss.); y sobre las cualidades de la colombiana Amira de la Rosa dice: “constituyen algo como la plana mayor de griego o de latín del examinando:…memoria y fantasía, rigor y dulzura, trabajo e intención” (en Morales 2002: I, 151).

36 En «Maternidad y Guerra» (1941) contrapone “a la Parca europea atareada que corta más hilos más hilos de vida que nunca, y a la Raquel americana que tira por sobre el mar sus hebras rojo-doradas de vida” (en Arrigoitia 1989: 151). Y dirigiéndose al Congreso de la Paz, celebrado en Cuba, el 5 de febrero de 1950, propugna que América asuma “la reconstrucción de la latinidad que, en su porción europea, parece hallarse enferma y a trechos llagada” («Sobre la Paz y la América Latina», en Zegers 1999: 353 ss.).

37 Figura como Anexo en Pizarro 2005: 100 s. En un artículo de 1924 ‒«Cristianismo como sentido social»‒ ya había criticado al jacobinismo que “confunde el muy burdo, religión con superstición, lo cual es algo parecido a confundir los marionettes con la tragedia griega”; y frente a los “cristianos diletantes,… rentadores estéticos de una parábola, con su sabor griego de belleza pura”, apuesta por los “cristianos totales del Evangelio”, que defienden al pueblo y piden reformas (en Vargas 1978: 36 s.). En «Recado sobre el herodismo criollo» (1941) afirma: “a más latinidad verbosa, sea ella académica, sea placentera, menos legislación realista sobre la infancia” (en Morales 2002: I, 173).

38 “Alemania era el Orfeo del mundo, por añadidura la musa de los filósofos” («El desastre alemán» (1930) = en Morales 2002: II, 196).

39 En Morales 2002: I, 376 ss. Incluso se imagina la simbiosis del español y el portugués, como “un segundo latín amplificado y purgado a la vez y que tendrá, como el latín mayor, un destino de unificación” («Dos culturas: Brasil y América», Revista de América, diciembre 1945 = en Morales 2002: I, 380).

40 Al mexicano Daniel Cossío Villegas “su cultura inglesa lo libró de los defectos de la latinidad… nada tiene de demagogo ni de académico, dos plagas nuestras” (carta al director de El Tiempo, Petrópolis, 27 de mayo de 1941, en Morales 2002: II, 375). “Romana y anglosajona” llama a la política española Victoria Kent, y elogia el talante “liberal clásico a lo ateniense o a lo inglés” del Nobel alemán Thomas Mann (en Morales 2002: II, 43 s.; 196).

41 La carta está datada en Petrópolis, el 25 de noviembre de 1944 (cit. en Vargas 1991: 144). Comenta Vargas Saavedra (1991: 8) que Mistral consideraba a Reyes “un gurú de las nuevas generaciones ayunas de clasicismo y, por tanto, mancas para construir patria” y concluye: “queda claro que la civilización de Atenas y de Roma jamás fue para ninguno de los dos mera erudición, archivo de fósiles, sino que norma de vida y de obras”.

42 Dice en «Himno al árbol» (1913): “Árbol donde está tan sosegada/ la pulsación del existir,/ y ves mis fuerzas la agitada/ fiebre del siglo consumir/ hazme sereno, hazme sereno,/ de la viril serenidad/ que dio a los mármoles helenos/ su soplo de divinidad» (en Silva 1957: 203 s.). El poema se incorporó a Ternura (1924) con una dedicatoria a Vasconcelos.  

43 Carta escrita el 4 de enero de 1955 a Fedor Ganz, profesor de latín del malogrado Yin-Yin, que se suicidó en Petrópolis a los 17 años (en Quezada 2002: 225).

44 Cfr. Aristóteles. Poética 5. 1449b 27 (δι' ἐλέου καὶ φόβου περαίνουσα τὴν τῶν τοιούτων παθημάτων κάθαρσιν). El consejo va dirigido a la poetisa peruana Teresa María Llona: cfr.  Gazartan-Gautier (1990), artículo consultado en  <www.gabrielamistral.uchile.cl>.

45 Gabriela escribe desde Nápoles a unos amigos chilenos (ca. 1950): “He estado sumergida por dos meses en el teatro griego y hay ahora unos comentos de la Electra, la Clitemnestra y otros bultos más. Esta lectura repasada junto a la situación de Europa, me han cargado de pesimismo y de una súper melancolía” (en Couch 2007: 16).

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